Rompo brevemente mi silencio por exámenes para comentar una pequeña anécdota.
La semana pasada tuve un examen en la ciudad universitaria de Zaragoza. Antes de entrar al campus, un repartidor de periódicos me quiso encasquetar un panfleto de prensa amarilla. Después de esquivarlo estuve a punto de endiñarme contra una chica sonriente del corte inglés. Salí corriendo y me paró una señora con un puñado de chupa-chus en la mano. “¿Tú fumas?” Y yo… “Sí, pero no quiero piruleta, que me ha costado mucho criar mi cáncer”.
¿Pero qué cojones pasa? ¿Es que no se puede andar tranquilo? Tengo suficiente con lo que me venden y me intentan hacer los carteles, la televisión y google.
Una cosa es ir a buscar la publicidad. Por ejemplo, cuando ves la tele sabes que te van a poner publicidad. Si no te gusta, siempre puedes descargarte el programa de internet. Cuando abres una revista o ves una página web siempre puedes ignorar los anuncios.
Otra cosa diferente es que ella venga a tí. Ya hable de las campañas agresivas como las de media-markt. Pero el colmo son los repartidores callejeros de panfletos. Bien prensa o publicidad sin más. Estos individuos tienen como objetivo quitarse el material lo antes posible. ¿Qué más da mi propia intimidad o mi estado de ánimo? Ellos te plantan el folleto en medio del paso obligándote a centrar tu atención en ellos.
Hasta que me haga mi camiseta de “Con tu panfleto me limpio el culo” o de “NO SPAM” o de “Me como a los repartidores de periódicos y panfletos”, seguiré gruñiéndoles o haciendo como si me dieran un susto, o pidiéndoles que me perdonen la vida.