Hago fila para entrar en la expo. Los reventas van de un lado a otro, la gente no para de llegar, los niños ya no saben a dónde subirse.
Abren las puertas, la gente que compra entradas se mezcla con los que ya la tienen. Un abuelo compra una entrada y se cuela. Nadie le dice nada, se supone que “él sabe lo que hace”.
Un guardia de seguridad grita a la gente “El que no tenga la mochila abierta cuando esté aquí se vuelve atrás”, qué gracioso. Mientras tanto otro le busca a una madre drogas, pistolas y bombas en el bolso.
“Ir vosotros a por los fast-pass, yo voy a hacer fila para el pabellón de españa”. Les digo a mis acompañantes. A la media hora vuelven diciéndome que no quedaban. Si conociéramos a algún voluntario, o algún trabajador seguro que teníamos fast-pass para todo.
De pabellón en pabellón, de cola en cola. Después de todo, a la expo se va a hacer colas.
No es raro ver a alguien fumando al lado del cartel de “prohibido fumar”, colándose, guardando sitio, mojándose en la fuente. Todo está lleno de carteles de prohibiciones y gente haciendo lo que quiere. “-¿Por qué haces esto? Está prohibido. -¿Qué más da? Nadie te dice nada.”
Podría haber matado a alguien allí delante y nadie hubiera dicho nada.
¿Dónde está el límite cuando todo son normas y no hay nadie para hacerlas cumplir?
“¡Vamos a ver este pabellón!”. Pues vamos. Vaya, las dos marujas de delante no paran de hablar, de ponerse en medio de los carteles y de no dejar pasar a la gente. “¿Y esto qué es, si es que no se entiende nada?” Dice una de ellas, la otra asiente. Señora, me asombra que usted solica se baste para respirar. El mundo no sufrirá si se muere.
Mención especial merecen también el grupo de viejas que me amenizaron el espectáculo “iceberg”. “Mira, mira, que se corren los paneles, claro luego actuarán encima.”. “Mira, mira, mira, que el ojo no quiere mirar.”. “Clarooo, el río se contamina y los peces se mueren”. “Ay los enfermitos”. ¿Y vuestras madres de qué murieron? Espero que de algo tan doloroso como de lo que mueran ustedes, por el mal que le dan al mundo. Ninguno les dijimos nada, claro, no es políticamente correcto.
Me cago en la corrección política.
Volvemos a casa, vamos a coger un taxi. Esperamos en la parada viendo cómo los taxis cogen gente dónde les da la gana. Me pongo en medio de la carretera hasta que el taxi deja a los pasajeros y coge a alguien de la parada, una señora se pone a mi lado. ¿Qué pasa? Que de la gente no sabe protestar, que si no me pongo yo, no se pone nadie.
Y mejor no os hablo mucho del concierto de calamaro, que me enciendo. 10 horas haciendo fila, para acabar lejos del escenario. ¿Por qué? Porque nadie respeta a nadie. Porque hay que estar en primera fila muera quien muera, aunque haya que destrozar un estudio de radio o sacarle el ojo a un cantante de playback.
Esta es la sociedad que merece agua corriente y toda serie de lujos.
Perdóname mundo, pero en estos momentos me he cansado de tener conciencia.